viernes, 5 de noviembre de 2010

La muerte que duele (Death or glory)

La muerte inexorable que aguarda a cada uno, a algunos los bendice y a otros los lleva (parece) antes de tiempo. Hay quien “algo habrá hecho” para recibir honores del pueblo. Pensar que las manifestaciones son escenas con actores que cobran “coca y choripan”, es reducir la voluntad de muchas personas a una transacción. No todos salen corriendo a comprar el último celular o vestido cuando lo ven en la TV, hay quien cree y defiende una causa, un proyecto que los incluyó. Y ahí las discusiones se hacen cenizas, desde las estadísticas o desde lo ocurrido en el último gran velorio que vieron estas tierras.

Ahora bien, incluir no es igualdad, no es democratizar. En el proyecto Nacional & Popular (escribirlo de esa forma es más acorde a su sistemática utilización, cual canción de FM Hit) la incipiente burguesía nacional es llamada a sentarse en la mesa y derramar lo que cae de su copa (“Capitalista no tema que aquí no es mal visto” podría decir algún comensal). A los costados del oficialismo, la derecha está muy volcada para ese lado, tanto que a veces incluye a la izquierda. A la que la reducen a teorías sin aplicación, a inconformismo o a parches para el sistema reinante (“¿Cómo mejorar el capitalismo con los tres tomos de Karl?”, podría ser el libro más consultado en estos días).

Así la inclusión de figuras tan opuestas como el conductor de lanchas, hoy Gobernador y la valiente señora que está a cargo de los soldados, es una metáfora de la visión desviada del que ya no mira. La muerte de Néstor (llamarlo por su nombre no es casual, sino que es parte de su legado, eso de “acercar la política a la gente” que hoy se trenza en infinitas discusiones y hace unos años solo coreaban “Que se vayan....”) dejó un vacío para algunos como líder político, para otros de respuestas acerca de sus cuentas personales y para otros el vacío de no participar politicamente como el lo hizo. De verdaderamente hacer la democracia participativa (para la que no hace falta invitación). La crítica absurda, el exabrupto, la bocina que festeja y la sonrisa ante la muerte de otro ser humano no son más que muestras de que aún hay mucho para hacer y para cambiar.

Hay formas de participar (no multiplicar), de ingresar. Algunos festejan que el camino es el correcto, miran hacia atrás y sonríen, y luego observan el presente y saben que falta. Muchos aclaman profundización. Otros pululan por la política, hoy con unos mañana con otros. Los que piden derrocar, los que atrasan, los que durante años se quejaron por seguir hablando del pasado y ahora piden que se revise la “historia completa” y se juzgue a los “terroristas”, nunca entendieron la diferencia entre un Estado (de todos. No funcional a intereses privados) y sus ciudadanos.

Pero hay seres que pisan estas tierras que se van y dejan un vacío más grande, hay quienes entregan su vida (en forma silenciosa, como buenos topos) por una causa en la que, quizás, no obtienen réditos a corto plazo. Una vida que se apaga en una marcha de trabajadores que pedían tener acceso mínimo a condiciones dignas de trabajo es una tragedia. Y antes de que el cuerpo terminara de ser levantado muchos “voceros” se quitaban las manchas de sangre señalando posibles culpables lejos de sus allegados.

En ese velatorio no pasaron miles de jóvenes a gritar “estamos con ustedes”, “Sigan así, luchando”, ni “Gracias por dejar un país mejor”. Pero ahí se fue un joven que tenía la mirada en un solo lugar, que peleaba por los que menos tenían, pero no para que tengan más, no para darles la caricia del acceso al consumo, sino para transformar sus vidas.

Por acá, con distancia el tablero de la realidad resulta claro. “Las fallas están acá, allá y ahí”, relata cualquier ciudadano de la patria bicentenaria. La facilidad con las que despliega las fichas un taxista, un comerciante, un profesor, un periodista o un ingeniero, resulta asombrosa. Soluciones categóricas para problemas que se arrastran cual garrapatas hace años. Pero no se trata de Maestrías, de voces “autorizadas” (si es que alguien, más allá de las melodías de Schubert, tiene permiso a romper el silencio) sino más bien de ingresar, de meterse al barro (aunque a veces cueste respirar) y ver si las “recetas caseras” para terminar con el hambre, la falta de insumos y la injusticia dan resultados. Museificarse y ocupar el rol del “buen ciudadano” que vota y cumple su actividad civil, es hacer la parodia de la democracia. Es dejarse morir un poco.